Entre velos y apariencias: el olvido del mensaje de la Virgen de Dolores

Hipocresía bajo los velos: el dolor de las hermandades de la Virgen de Dolores en Guatemala

Entre rezos, flores y lágrimas ensayadas, las hermandades de la Virgen de Dolores se alzan cada Cuaresma, Velaciones o procesiones conmemorativas como emblemas de devoción en la Guatemala capital, en la Antigua Guatemala, en Quetzaltenango y en los más remotos rincones de la república. Pero tras los velos bordados y las madrileñas que desfilan con solemnidad estudiada, late una verdad menos piadosa: la hipocresía que ha contaminado el espíritu fraternal que alguna vez las definió.

En nombre de la Virgen, se predican humildad, amor y servicio, mientras las actitudes de prepotencia se convierten en el incienso más denso del templo. Las jerarquías humanas pesan más que la fe, y la ostentación ha reemplazado la entrega. En los salones donde se preparan las procesiones, se murmura más de quién porta el mejor adorno que de la oración compartida. Lo que debía ser hermandad se ha vuelto un concurso silencioso de apariencias.

El amor hacia las hermanas —aquel que debía unirlas en el dolor mariano— ha sido sustituido por favoritismos, envidias y una cortesía de conveniencia. Las socias que alguna vez entregaron su tiempo y su alma se alejan, cansadas del doble discurso: del saludo amable que esconde el desprecio, de las manos extendidas que al día siguiente señalan y juzgan.

En Quetzaltenango, en Sacatepéquez, en la Antigua o en la capital, la historia se repite: se eleva el nombre de la Virgen mientras se entierra el verdadero sentido de comunidad. Las imágenes lloran, pero no por los pecados del mundo, sino por los gestos vacíos que desfiguran la devoción.

Las hermandades, que deberían ser un refugio de consuelo y hermandad, se han convertido en espejos donde se refleja la contradicción humana: mujeres que veneran el dolor ajeno sin reconocer el que provocan entre sí.

Y tal vez, en medio del incienso y las flores, la Virgen de Dolores observa en silencio, no las lágrimas que se derraman frente a su imagen, sino aquellas que se ocultan tras los velos de las que fueron desplazadas. Quizá su verdadero mensaje no está en las procesiones ni en los altares, sino en el llamado a la sencillez, al perdón y al amor genuino entre hermanas. Porque mientras la hipocresía siga coronando los pasos, la fe seguirá caminando vacía, y el dolor de la Virgen será, en realidad, el reflejo del nuestro.

Redacción: Patricia Barrios.

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